Muchas veces pensamos que creer es algo reservado a la fe religiosa o a quienes buscan un “más allá”.
Sin embargo, si nos detenemos un instante, vemos que toda la vida está sostenida en creencias.
Creer
La ciencia misma lo confirma: nuestro cerebro no percibe la realidad de manera “pura”, sino que interpreta y completa lo que los sentidos le ofrecen.
Lo que vemos, sentimos y pensamos está tejido de suposiciones…
- Creemos que mañana saldrá el sol porque lo hemos visto salir cada día, aunque no podemos comprobar el futuro.
- Creemos que cuando respiramos entrará oxígeno en nuestros pulmones, aunque no veamos ese oxígeno.
- Creemos que la persona que amamos estará cuando la llamemos, aunque no lo podamos asegurar.
Confiar
Incluso al decir “yo soy” o “estoy aquí”, hay un acto de fe: confío en que mi experiencia presente es real.
La diferencia está en dónde depositamos esa fe.
- El miedo nos invita a creer en escenarios oscuros que todavía no existen.
- La confianza y el amor nos invitan a creer en la vida, en el misterio de estar aquí, en nuestra capacidad de abrirnos al presente con el corazón.
Quizás el regalo no sea “no creer en nada”, porque eso es imposible, sino elegir conscientemente qué semillas de creencia plantamos dentro de nosotros.
Creer no nos aparta del presente
Creer es también estar presentes en lo invisible que nos sostiene: en el aire, en la vibración de la vida, en el simple latido del corazón que no controlamos, pero confiamos en que seguirá.
Y quizás esa sea la verdadera invitación:
Elegir conscientemente en qué queremos creer, porque cada creencia es una raíz que alimenta nuestro SER.
¿En qué eliges creer hoy, con tu corazón?